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Cortesía: ¿Quién nos juzga?

“¿Usted mandó a matar a Magdaleno Meza?” Le pregunté a Juan Orlando en esa última entrevista. Él abrió los ojos, sorprendido por la pregunta, retiró su cuerpo de la mesa respaldando su espalda en la silla de la sala de visitas de la prisión. Era evidente que la pregunta lo tomaba por sorpresa. Yo puse especial atención en su lenguaje corporal. En las diez visitas que le hice durante estos tres últimos meses, había guardado esa pregunta para los últimos minutos. Tenía que hacerlo así para saber si podía confiar en sus respuestas. 

 

“No.” Me dijo, con firmeza. Regresó su cuerpo al borde de la mesa, puso las manos sobre la superficie, como lo había hecho desde la primer visita, me miró a los ojos: “Jamás he mandado a matar a nadie. Hasta me ofende su pregunta,” reclamó. 

 

Hay muchas cosas aún que no termino de comprender en ese juicio. Puede ser mi formación como abogado bajo un sistema garantista; mi incapacidad de comprender aún ese foro consuetudinario norteamericano con el cual se arropó el proceso, donde los rumores en el contexto de las conspiraciones son suficientes para encarcelar a cualquiera, pero hay tantos ejemplos en la historia de casos de “conspiraciones” fabricadas; una profunda desconfianza a las Agencias de seguridad, sobre todo la DEA, que tiene un récord repleto de mentiras y falsos positivos; o esas contradicciones en las declaraciones de los testigos cooperantes, que a lo largo de estos meses he ido encontrando en el expediente, que mezclados con el racismo del sistema de justicia norteamericano, una profunda ignorancia de todo lo que representa Honduras, su historia y entorno histórico, que están dispuestos a pasar por alto narraciones incompletas, como la que describe Devis Leonel Rivera Maradiaga, que habla de una video llamada desde un celular, desde donde fue testigo de una fiesta en casa de Moncho Lobo, en donde convivían amenamente los narcotraficantes más buscados de la época con los políticos de más alto perfil del Partido Nacional, eso en 2012, en Bonito Oriental. ¿Qué alguien me diga si en 2012 era posible hacer video llamadas por celulares, desde esa zona del país?

 

Esta semana se conocerá la magnitud de la sentencia que deberá purgar Juan Orlando Hernández, por los tres cargos relacionados con narcotráfico, de los cuales un jurado, compuestos por 12 ciudadanos de la ciudad de New York, lo encontró culpable el pasado 8 de marzo. Seguramente será una sentencia implacable, de una cadena perpetua para arriba. Al finalizar el juicio el pasado marzo, recuerdo haber escrito que lamentaba que en el proceso no se hubieran presentado pruebas más contundentes, para alejar de los hondureños cualquier duda de la culpabilidad de Juan Orlando Hernández. Nosotros necesitábamos eso como país. Nosotros que conocemos a los narcotraficantes hondureños porque hemos vivido con ellos, y sabemos de lo que son capaces, más cuando se trata de salvar sus vidas y sus bienes. Su palabra no nos basta, aunque sean más que suficiente para el sistema norteamericano y el entorno polarizado siempre dispuesto al odio. Nosotros, que conocemos a los políticos hondureños, sabemos también de lo que son capaces, cuando se trata de, no solo salvarse a sí mismos sino de destruir al adversario. No necesitamos ir muy lejos en la historia para encontrar ejemplos de las atrocidades que ambos grupos han hecho en nuestro país. O quizás sea ese hartazgo que, como sociedad, nos hizo terreno fértil para creer cualquier cosa si con eso compramos la esperanza de salir de ese agujero en donde estamos. Pero no olvidemos que en el juego del narcotráfico no hay actores inocentes. La DEA también tiene una plaza que defender y como los narcos y políticos hondureños, son capaces de hacer cualquier cosa para proteger su feudo. 

Juan Orlando nunca se consideró anti imperialista. Confió en el sistema norteamericano hasta el último momento. No entendía que la DEA ES el Imperio y que él sería su trofeo más caro. Para el Imperio no hay amigos solo intereses. Para la DEA Honduras es solo un solar baldío.

 

“Mire el peligro que esto representa para nuestros países,” me dijo Juan Orlando. “Me han condenado con base en mentiras de unos narcotraficantes, que todos han aceptado como verdades. Pero entre las grabaciones que entregó el Cachiro está una, de 2013, donde da dinero a “cierto diputado” del partido de gobierno. Yo no se qué se habló allí o cuál es el contexto de esa reunión, si es culpable de algo o no, pero esa grabación existe y a mi me extraditaron sin pruebas. Como parte de una negociación política. No tenga duda que cuando la dirección del viento cambie van a usar lo que sea para dañar a quien quieran. Tienen ya la fórmula perfeccionada. A ellos lo que menos les interesa es Honduras.”

 

Cortesía:  Óscar Estrada, escritor y columnista

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