Debido a la gravedad del discurso de odio que está vigente en el campo político, volvemos a reflexionar sobre este preocupante tema que pone en peligro la paz social. Los políticos hondureños se empeñan en no aprender la lección y nos les importa seguir dividiendo a la familia hondureña con el alto costo social que representa.
Los conceptos nos ilustran que: “El discurso político es el discurso producido dentro de la escena política, es decir, dentro de los aparatos donde se desarrolla explícitamente el juego del poder. El discurso político es un discurso de carácter estratégico, es decir, en la medida en que define propósitos, medios y antagonistas. El discurso político manifiesta propiedades performativas, es decir, que quien lo sustenta no se limita solamente a informar o transmitir una convicción, sino que también produce un acto, expresa públicamente un compromiso y asume una posición respecto a un determinado tema en cuestión”.
Los discursos políticos de calidad deben llamar a la unidad y reconciliación nacional. Deben ser pronunciados por políticos comprometidos con el desarrollo de sus pueblos, colocando los altos intereses del país en primer lugar. Haciendo énfasis en los pilares fundamentales del desarrollo: salud, educación, desarrollo del agro, generación de empleo, etc.
Pero en nuestro suelo catracho es otra historia. El discurso político ha venido en detrimento, la ausencia de estadistas que sean capaces de pronunciar discursos sinceros y comprometidos con los pobres, han desaparecido, si es que alguna vez los hubo. Más bien lo que hemos escuchado, desde hace décadas, es una retórica vacía, demagogia en su máxima expresión; es decir, discursos para engañar incautos que no tienen formación educativa; y es que eso es lo que somos, un pueblo inculto, sin educación, desafortunadamente.
La calidad humana de los políticos hondureños es deplorable, por lo general son pícaros, sinvergüenzas, corruptos; venden a la progenitora de sus días a la primera oportunidad. Sólo le son fieles al dinero, por lo que su única finalidad es llegar a los puestos públicos a amasar fortuna en el menor tiempo posible.
Hasta ahora, estos políticos habían mantenido sus discursos de poca calidad, dentro de los parámetros de la incipiente democracia que tenemos, respetando el Estado de derecho y las instituciones que sostienen nuestro sistema de vida. Pero, con la aparición de los políticos de tendencia izquierdista, el discurso ha cambiado radicalmente.
Este discurso populista de izquierda, aunque siempre es altamente demagógico, ahora viene con el atroz componente de querer eliminar el sistema democrático y sus instituciones, eliminar la Constitución vigente, instaurar una asamblea nacional constituyente para modificar el período presidencial y establecer la reelección presidencial continua. Esas son sus verdaderas intenciones y no pueden engañarnos.
Y lo peor es que para instaurar su agenda política, recurren a la violencia, al caos y la conflagración social. Así hemos visto cómo se han especializado en generar un discurso de odio encaminado a dividir a la familia hondureña, así como en el fatídico 2009.
También tratan de justificar sus desaciertos, incapacidad administrativa y, sobre todo, su terrible corrupción, culpando a los “12 años de la dictadura”. Pero ya sabemos que no se puede tapar el sol con un dedo, y están haciendo todo aquello que antes criticaban, y peor todavía. Es decir, se han convertido en la peor versión de la corrupción que antes criticaban y que ahora gozan a manos llenas.
Los constantes discursos de odio pronunciados por los dirigentes de Libre son constantes. Las recientes declaraciones del Comisionado de Deportes, Mario Moncada, hermano de la precandidata presidencial Ramona Moncada, incitando a los colectivos y miembros del Partido Libre de atacar a los liberales, son una muestra de la violencia que caracteriza a este partido de izquierda. Estas declaraciones se deben repudiar por el bien del país y de la paz, que deseamos los hondureños de buen corazón.
Es así que Libre se caracteriza por su constante discurso de odio, los colectivos son un claro ejemplo de ello. Generan violencia a más no poder, los que no siguen su agenda son “mapaches” que hay que combatir. No respetan a nada ni a nadie.
¡Libre nunca más!