Tras la detención de Sean Combs, el mundo de la música se pregunta: ¿ha llegado nuestro #MeToo?
La industria, en su mayoría controlada por hombres, lleva mucho tiempo arrastrando denuncias de acoso y abuso desenfrenados, pero ha evitado en gran medida la rendición de cuentas que se extendió por Hollywood y el mundo de la política.
La detención de Sean Combs la semana pasada, acusado de tráfico sexual y crimen organizado, representa un impactante cambio de suerte para el empresario del hip-hop, quien hace tan solo un año era considerado un visionario de la industria antes de verse envuelto en una serie de acusaciones de agresión sexual.
La acusación contra Combs le achaca dirigir una empresa criminal centrada en el abuso de mujeres, y de utilizar el soborno, el incendio provocado, el secuestro y las amenazas de violencia para intimidar y silenciar a las víctimas. Combs ha negado las acusaciones y se ha declarado no culpable.
Pero la detención de Combs también ha despertado las esperanzas de activistas y sobrevivientes de la violencia sexual de que su caso pueda conducir finalmente a un cambio duradero en la industria musical. Aunque durante mucho tiempo se ha considerado inhóspita para las mujeres, la industria ha evitado en gran medida el escrutinio y la rendición de cuentas que se extendieron por Hollywood, la política y gran parte del mundo de los medios de comunicación en el punto álgido del movimiento #MeToo a finales de la década de 2010.
No hay una única explicación de por qué la música ha evitado una rendición de cuentas similar. Algunos apuntan a la estructura de poder descentralizada de la industria, su omnipresente cultura de fiesta y una historia de deferencia hacia los artistas y los altos ejecutivos.
“El sexo, las drogas y el rock and roll, la permisividad con la sexualidad, forman parte de la cultura de la industria musical”, dijo Caroline Heldman, profesora del Occidental College y activista desde hace tiempo. “Desgraciadamente, eso significa que la cultura de la violación está incrustada en ella, porque no hay mecanismos de rendición de cuentas”.
Los cargos contra Combs son el enjuiciamiento penal de más alto perfil del mundo de la música por cargos de conducta sexual inapropiada desde que R. Kelly, la estrella de R&B a quien persiguieron acusaciones de abuso durante décadas, fue condenado en 2022 y 2023 a más de 30 años de prisión por delitos sexuales contra menores, tráfico sexual y crimen organizado.
Shaunna Thomas, directora ejecutiva de UltraViolet, un grupo de defensa de las mujeres, señaló el caso de Combs como un posible punto de inflexión y destacó la serie de demandas presentadas recientemente cuando estados y ciudades levantaron temporalmente los plazos de prescripción de las acusaciones de agresión sexual. En Nueva York y California se han presentado casos de agresión sexual contra estrellas como Axl Rose, de Guns N’ Roses, Jermaine Jackson y el productor LA Reid.
“Ha creado una apertura que no habíamos visto antes de este momento”, dijo Thomas.
Para muchas mujeres de la industria musical, el apogeo del movimiento #MeToo en 2017 y 2018, cuando hombres poderosos como Harvey Weinstein, Bill O’Reilly y Eric T. Schneiderman, ex fiscal general de Nueva York, fueron derribados por denuncias periodísticas de conducta sexual inapropiada, fue una oportunidad perdida. Los principales centros de poder de la industria musical no se vieron afectados a pesar de algunas acusaciones contra destacados artistas y ejecutivos, como Russell Simmons, fundador de la discográfica Def Jam; el cantautor Ryan Adams, y el polémico rockero Marilyn Manson.
La industria lleva mucho tiempo arrastrando denuncias de acoso y abuso desenfrenados, propiciados por rutinas de trabajo que se confunden con fiestas nocturnas en las que las drogas y el alcohol son fáciles de conseguir. Sigue estando controlada en gran medida por hombres, y las mujeres afirman que a quien denuncia acoso o abuso se le exilia o silencia con acuerdos legales que incluyen cláusulas de confidencialidad.
“Prácticamente toda la industria musical es un entorno de trabajo tóxico”, dijo Jennifer Justice, una abogada cuyo currículum incluye altos cargos en Roc Nation, la compañía de Jay-Z, y la productora de festivales Superfly.
En una encuesta realizada en 2018 a más de 1200 músicos, el 72 por ciento de las encuestadas dijo haber sido discriminada por su sexo, y el 67 por ciento de ellas dijo haber sido víctima de acoso sexual.
Drew Dixon, quien trabajó en la industria de la música en las décadas de 1990 y 2000, pero dijo que su carrera se vio truncada después de haber sido abusada por Simmons y Reid, el productor —a ambos los ha demandado—, dijo que las personas que acusan se enfrentan a una presión enorme de un negocio diseñado para proteger a sus estrellas a cualquier costo.
“No solo te enfrentas a quien te agredió”, dijo Dixon. “Te enfrentas a quien se beneficia de su marca y de sus ingresos. Esas fuerzas se movilizarán contra cualquier persona que los acuse. Es intimidante”.
Dixon demandó a Reid por agresión sexual; en documentos judiciales, él ha negado sus acusaciones. En una entrevista con The New York Times que se publicó en 2017, Dixon acusó a Simmons de violarla; a principios de este año, demandó a Simmons por difamación después de que él sugiriera en una entrevista que su acusación era mentira.
Otros citan las luchas legales a las que se enfrentó la estrella del pop Kesha, en los años inmediatamente anteriores al #MeToo, como un ejemplo desalentador.
En 2014, Kesha acusó a Dr. Luke, su productor, de drogarla y violarla, en una demanda en la que pedía ser liberada de los contratos que él controlaba. Aunque Kesha recabó el apoyo de fans y otras artistas femeninas, su demanda fue desestimada por un juez, y tuvo que defender una demanda por difamación de Dr. Luke, cuyo verdadero nombre es Lukasz Gottwald. Ambos llegaron finalmente a un acuerdo el año pasado, tras casi una década de litigio.
Parte de lo que hizo que las acusaciones contra hombres como Weinstein y el jefe de Fox News, Roger Ailes, cogieran impulso en los medios de comunicación fue que las hicieron mujeres famosas, como actrices de Hollywood y la presentadora de Fox News Gretchen Carlson. Cuando se produjeron acusaciones en el mundo de la música —contra estrellas como Diplo o Trey Songz—, estas no solían implicar a mujeres conocidas, y la cobertura mediática fue limitada.
Eso cambió cuando Cassie, la cantante de R&B que fue novia de Combs durante mucho tiempo, presentó una demanda explosiva en noviembre acusando a Combs de años de abusos físicos y sexuales.
El caso se resolvió en un día y el abogado de Combs afirmó que este negaba las acusaciones. Pero su demanda acaparó titulares en todo el mundo y provocó una cascada de demandas de otras mujeres que también acusaban a Combs de agresión sexual y violencia; algunas dijeron que el caso de Cassie las había inspirado a hablar después de años de silencio.
“Tenía que ser alguien muy famoso para que esto golpeara a la industria de la música”, dijo Tiffany Red, una compositora que había trabajado estrechamente con Cassie y que ha criticado duramente a la industria. “Cuando la gente vio que Cassie hizo esto, fue realmente impactante, como lo fue cuando esas famosas estrellas de cine salieron a la luz y acusaron a Harvey Weinstein. Entonces estalló”.
El caso de Cassie y muchos otros se presentaron al amparo de la Ley de Sobrevivientes Adultos, una ley del estado de Nueva York que, durante un año, permitió a quienes creían haber sufrido abusos sexuales presentar una demanda civil incluso después de que hubiera prescrito el delito.
Esa ley neoyorquina —cuyo plazo de prescripción se cerró una semana después de que Cassie, cuyo verdadero nombre es Casandra Ventura, presentara su demanda— y otra similar en California han inyectado nueva energía a las campañas de las comunidades activistas.
Una de las críticas más vocales de la industria de la música ha sido Dorothy Carvello, que empezó a trabajar en Atlantic Records en la década de 1980 a las órdenes de su fundador, Ahmet Ertegun, quien falleció en 2006 pero sigue siendo una leyenda del sector.
En un libro de memorias, Anything for a Hit (2018), y una demanda presentada contra el patrimonio de Ertegun y otros a finales de 2022, Carvello acusó a Ertegun de romperle el brazo y de múltiples casos de agresión sexual, incluyendo bajarle la ropa interior y exponer sus genitales en un club nocturno lleno de gente. La demanda, y su libro, describen una cultura de misoginia y acoso generalizados, cometidos y propiciados por altos ejecutivos.
“Era una secta de codicia y abuso al más alto nivel”, dijo Carvello en una entrevista.
Rick Werder, abogado que representa a Mica Ertegun, viuda de Ahmet, como albacea de su herencia, calificó la demanda de Carvello de “carente de fundamento jurídico y fáctico”. (Mica Ertegun murió el año pasado).
Muchas de las principales empresas del sector, incluidas las grandes discográficas, han adoptado códigos de conducta formales que prohíben explícitamente el acoso sexual. Pero algunas mujeres del sector afirman que siguen produciéndose conductas indebidas y que las denuncias suelen resolverse discretamente mediante acuerdos de confidencialidad (NDA, por su sigla en inglés), es decir, contratos que obligan a las partes a guardar silencio.
En teoría, el secreto que ofrecen estos acuerdos debería proteger a las personas que acusan. Pero Samantha Maloney, una experimentada baterista de rock que fue ejecutiva de talento en lo que hoy es Warner Records, dijo que en la práctica suelen acabar obligando a las mujeres a abandonar el negocio.
“Firmé un NDA”, dijo Maloney. “Y los NDA son como la letra escarlata de la industria musical: una vez que tienes un NDA, es difícil volver a entrar en el juego y trabajar para cualquier empresa”.
Maloney firmó su acuerdo en 2018, después de haber acusado a Stephen Cooper, entonces director ejecutivo de Warner Music Group, de hacerle proposiciones en una fiesta de los Grammy de la compañía.
La compañía ha dicho que Cooper había negado su acusación. Pero en la correspondencia sobre su caso obtenida por el Times, un abogado de Warner Music dijo que un investigador externo había descubierto que Cooper y otras personas a las que Maloney había acusado se habían “comportado de una manera que la empresa considera incompatible con la política y los valores de la empresa”.
Los acuerdos de confidencialidad se siguen utilizando en la industria musical tras las denuncias de acoso y abuso, según la abogada Justice, quien dijo negociarlos con frecuencia en nombre de las mujeres.
El éxito de la acción penal contra Combs dependerá, por supuesto, de la solidez del caso que los fiscales presenten ante el tribunal. Los abogados de Combs ya han indicado que impugnarán la acusación del gobierno de que los elaborados actos sexuales descritos en su caso como freak offs no fueron consentidos.
Pero Thomas, de UltraViolet, cree que Cassie y las demás mujeres que denunciaron a Combs ya han creado el impulso necesario para llevar adelante cambios en el mundo de la música.
“Fue tan abrumador que se iniciaron conversaciones sobre la necesidad de comprender”, dijo. “Había una sensación de que esto se ha barrido debajo de la alfombra durante demasiado tiempo”.
POR: NEW YORK TIME