Los historiadores hondureños son quienes pueden decirnos con certeza que la ambición de poder contaminada por la corrupción no es un proceso nuevo, sino que ya en el siglo XIX, afectaba a los gobiernos en Honduras. El patrimonialismo del Estado ya se expresaba desde ese entonces al tener gobernantes que administraban la cosa pública, como si fuese Honduras una finca de su propiedad. En la actualidad ocurre lo mismo y con la transición al socialismo la situación ha empeorado.
De nada nos ha servido haber logrado la instauración del sufragio, para unos y para otras, porque seguimos en manos de políticos que continúan reproduciendo regímenes de dominación oligárquico familiares concentradores de poder. La ruptura que suponíamos se iba a producir con el ascenso al poder del Partido Libre, cuya orientación ideológica es claramente socialista, más bien ha provocado una situación de atraso y represión, porque la izquierda refundacional, tiende a aumentar el monopolio del Estado en manos de familias claramente corruptas.
En otras palabras, la cristalización del triunfo de la presidente actual, da paso a una autocracia en la que, es la lealtad y la fidelidad al coordinador del Partido Libre, lo que da forma al gobierno y es su voluntad la suprema ley. Cualquier intento de oposición democrática a esa forma de dominación política, es objeto de persecución sea judicial o violenta. En esto consiste, hoy por hoy, la esencia del régimen refundacional. No hay tal restauración de la democracia y menos la desaparición de la corrupción.
Cada día que pasa nos alejamos del Estado de derecho y del modo democrático de convivencia política. La deshonestidad en el manejo de los fondos públicos al margen de la legalidad ha aumentado; asimismo, la evasión fácil ante la acción judicial, porque aplican una política de judicialización selectiva que, solo se aplica a los opositores democráticos, pero no a los asociados al régimen autocrático socialista, a quienes más bien los favorecen con dulces favores monetarios o materiales.
En Honduras, no es que la ambición política de los socialistas sea intrínsecamente negativa, pero tampoco es motor para el cambio social y el progreso. A los refundacionales del Partido Libre, nos les guían principios éticos y valores sólidos, por el contrario, han caído en la corrupción y comportamientos destructivos.
En nuestra realidad política actual, vemos y experimentamos la pérdida de valores éticos. Predomina el deseo de sostener el poder sin principios éticos y sus líderes justifican actos ilícitos como sobornos, tráfico de influencias o el desvío de recursos. Enfrentamos una ambición desmedida que lleva a los refundacionales por el camino de la centralización del poder, al eliminar los contrapesos democráticos, como es la prensa libre, los tribunales independientes o sostener un Congreso Nacional funcional que crea un entorno propicio para la corrupción.
“La inmoralidad y la existencia de la doble moral, son elementos endógenos predominantes del gobierno refundacional hoy por hoy” (Ver Marcio Enrique Sierra Mejía: Honduras Mirada Política 1990-2024, P.29). Asimismo, favorecen el clientelismo al colocar a familiares, amigos o grupos leales, asignándoles puestos públicos o contratos sin meritocracia, lo que erosiona la confianza pública. Han caído en el uso indebido de fondos para fortalecer las políticas partidaristas y enriquecerse personalmente o comprar lealtades.
Concluyendo: es palpable que la ambición política corrupta en la actualidad, instrumentaliza a las instituciones, para convertirlas en herramientas al servicio de los intereses particulares de las cúpulas familiares que el Partido Libre mantiene en el poder de Estado y, por ese comportamiento, minan su credibilidad y eficacia. En consecuencia, la desigualdad y la pobreza se perpetúan y los conflictos sociales debilitan la estabilidad social y aumentan la desconfianza en el sistema político.