Sin Lamine Yamal pero con Gavi como titular un año después de sufrir una grave lesión de rodilla, el FC Barcelona se dejó dos puntos en Balaídos después de que el Celta levantara un 0-2 en la recta final, cuando los azulgranas jugaban con un futbolista menos por la expulsión de Marc Casadó, para alimentar la carrera por el título, después de que el Atlético remontase al Alavés horas antes y a la espera de lo que haga el Real Madrid en Leganés.
Sucedió casi todo como se esperaba en Balaídos. Ritmo elevado, presión alta de los dos equipos, juego vertical. El Celta abrió el partido con una ocasión clarísima. Fueron tres toques: un envío largo de Marcos Alonso hacia la derecha, un centro de volea de Mingueza y, en zona central del área y a diez metros de la portería, un remate fuera de Aspas.
Le faltó finalizar con acierto al equipo celeste. Su lectura del partido fue buena. Salió con velocidad cada vez que recuperaba una pelota. Fue vertical. Pases largos, fútbol directo. Incomodó al Barcelona. Una volea de Moriba mediada la primera parte inquietó a Iñaki Peña. Lo intentó también Bamba, con un tiro más desviado.
El guión apenas cambió en la segunda parte. El Celta insistió en su plan. Atacó los espacios que ofrece la adelantada defensa del Barcelona. Buscó diferentes soluciones, como un tiro de Aspas desde cuarenta metros para sorprender a Iñaki Peña.
La dinamita que no tuvo el equipo celeste la exhibió el conjunto de Flick. Su primera llegada de la segunda mitad fue otro gol. Raphinha robó un balón a Mingueza en el centro del campo, avanzó y asistió a Lewandowski, que marchó primero de Javi Rodríguez y luego aprovechó la poca contundencia de Starfelt para plantarse ante Guaita.
El Celta revivió en los quince minutos finales. Volvió a ir por el partido. Tuvo fe en la remontada. Nunca se cansó de creer. Balaídos se animó con la expulsión de Casadó. Y llegaron entonces dos minutos de locura: un gravísimo error de Koundé facilitó el gol de Alfon, el del empate apareció poco después, con el Barcelona encerrado, atrapado por la voracidad del Celta, que movió la pelota de izquierda a derecha hasta que Hugo Álvarez inventó un tiro letal, el tanto del vibrante empate.