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No hay que tener miedo

Por: Juan Ramón Martínez

El partido de Mel, conocido como PRL — apodado Libre–, ha controlado la agenda política; y mantenido el dominio de la calle. Allí “nació” – dicen sus corifeos  – y “allí se mantiene en resistencia” según Xiomara. Pero ocurre que el PRL, en los últimos meses ha perdido el control de la calle. Ya no es suya. Desde el 28 de junio pasado, no es siquiera quien las llena y flameando sus banderas proyecta su imagen de vencedor indiscutible. Desde entonces, otras fuerzas y partidos le disputan. Y últimamente, hasta el Partido Nacional que Mel sin pudor alguno descalifica, muestra más fuerza y músculo popular que el partido de los Zelaya. Su manifestación del sábado recién pasado, fue más compacta, ordenada y numéricamente mayor que la última organizada por el partido oficial que, en los últimos meses ha perdido unidad y exhibido los daños del desprestigio y el desgaste que experimentan los partidos en el poder.

Pero Mel, cuando pierde arrebata. En los últimos tramos de su mandato se pone nervioso y alterado. Pierde la frialdad y como en la canción, lo que no logra por las buenas, lo quita bruscamente. Por ello, perdida la calle, se ha inventado el expediente que “volvió el covid –  19”. Y que, para evitar sus daños, hay que dejar de salir, hay que andar con mascarilla, no ir a trabajar en las oficinas y fábricas; y, evitar las manifestaciones en la calle. Muy simple: si no controlan la calle, entonces, hay que impedir que los otros la usen.

Según las últimas versiones, después del análisis que hicieron los “asesores” de Xiomara, desde Casa Presidencial ordenaron a Salud que construyera un relato ficticio aterrador. Que exagera los casos de la pasada pandemia — que tanto daño hizo, más por su manejo que por otras circunstancias –, y que estableciera la prohibición que los niños volvieran a las escuelas, que se evitarán las aglomeraciones; y que también – dentro del estado de sitio que vivimos, el más largo de la historia – prohibieran las manifestaciones del Partido Liberal y la procesión religiosa de católicos y evangélicos, esta última programada para el 16 de agosto próximos. No creemos, como me han escrito algunos lectores que también es la última oportunidad para volver a hacer negocios con la comercialización de las mascarillas como hicieron en el manejo de la pandemia durante el régimen de JOH, –de infeliz memoria– sobre este problema y las acciones colaterales viciosas conocidas por todos.

Pero resulta que Carla Paredes, además de incompetente como funcionaria no tiene percepciones correctas de la realidad. Las medidas que tomó el gobierno de JOH – equivocadas, si ustedes quieren – estaban avaladas por cierta información seudo científica, sin mayor validación general, por la Organización Mundial de la Salud. Ahora no. Las cifras las manipula la Secretaría de Salud, las divulga la Secretaría de Salud; y, además, las controla la Secretaria de Salud. Un absolutismo científico rural que ha provocado que los mejores científicos y epidemiólogos del país y de la región, le hayan dado la espalda a sus conclusiones. Y criticado severamente la decisión tomada por Salud y seguida servilmente por la Secretaría de Educación que ahora, otra vez, le infiere severos daños a los alumnos que pierden el contacto social, la relación con sus amigos y compañeros, tan necesarias en la formación de su personalidad, para aislarse en sus casas; y volverse adictos a prácticas que no les ayudan para la construcción de sus futuros como adultos. Educación confirma que no ama a los jóvenes pobres que forma. Todo lo contrario.

La decisión de Carla Paredes – posiblemente lo opuesto a Aguilar Paz, el mejor Ministro de Salud que hemos tenido – es descabellada. Los médicos y especialistas de la Secretaría de Salud, no la avalan. Los científicos están opuestos. Los pedagogos han alertado sobre los peligros de la desatinada medida para la educación de los más pobres. Educación, ha actuado en obediencia política, siguiendo órdenes que no tienen nada que ver con la pedagogía; ni con la ética de la enseñanza.

La finalidad es obvia: impedir las manifestaciones, provocando miedo para que no salga el pueblo a la calle y exprese sus preocupaciones; o declare sus desacuerdos. Por eso hay que hacerle la puñeta a Carla Paredes y su festinada pretensión. La desobediencia cívica es un imperativo. La calle que ha perdido al PLR, no la recuperará con triquiñuelas infantiles. ¡No hay que tener miedo¡

 

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