
Recientemente surgió una complicación en el proyecto de la marcha de las iglesias para orar por la paz y la unidad de Honduras durante el período electoral de noviembre. El problema se suscitó cuando el presidente de la Confraternidad Evangélica de Honduras, desde un púlpito, arremetió contra el partido en el gobierno, justificando con ello la necesidad de manifestarse públicamente. Esto, sinceramente, cayó muy mal en muchas organizaciones evangélicas, e incluso en la Iglesia Católica y en el mismo gobierno.
Ningún líder religioso que sea figura pública y que tenga a su cargo una congregación o represente una organización debe tomar posición abierta en temas que envuelvan discrepancias ideológicas entre las personas, ya sea en lo político o en lo deportivo. Como líder —sea pastor o sacerdote de una iglesia— debe saber que entre sus feligreses hay personas de todos los partidos y tendencias ideológicas. En el aspecto político, unos son de Libre, otros son nacionalistas y otros liberales; pero en la iglesia, en ese momento, pertenecen a otro reino en el cual no hay partidos. En lo deportivo ocurre lo mismo: unos son del Marathón, otros del Olimpia, otros del Victoria, pero en la iglesia el único partido que prevalece es el de la selección espiritual de Cristo.
Como líder religioso, no debo, desde el púlpito, defender o atacar a algún partido político, porque si lo hago, automáticamente estoy sembrando división y contienda entre los miembros que componen mi congregación. En el caso de la Confraternidad Evangélica de Honduras, el presidente no tiene poder absoluto, pues hay una junta elegida por todas las iglesias, y cuando se van a hacer pronunciamientos públicos, debe hacerse en consenso (colegiadamente) con los demás miembros de la junta, teniendo el sumo cuidado de no expresarnos de forma tal que nuestras palabras puedan ser usadas para atacar a la iglesia, afirmando que hemos tomado posiciones políticas determinadas.
Está bien claro que la Constitución proclama que el Estado es laico, y está bien claro en la Palabra de Dios que, como iglesia, no podemos servir a dos señores, por lo cual somos totalmente apolíticos como líderes. Aunque como personas podamos tener nuestras inclinaciones, no debemos manifestarlas públicamente por la salud y el bienestar de la unidad de la iglesia.
Es deber de las iglesias defender los valores bíblicos de la Palabra, así como manifestarse públicamente para orar y demandar el respeto a las autoridades. También es un deber bíblico promover la paz, como enseña el libro de Romanos. Si en algún momento tenemos que censurar al gobierno de turno, será cuando este intente aprobar leyes que atenten contra los principios de la Palabra de Dios y contra los valores tradicionales de la vida y la familia hondureña. La iglesia defiende la ley moral expresada en los mandamientos de Moisés y en la unidad familiar. Defendemos el derecho a la libre expresión, rechazamos toda imposición y defendemos el reconocimiento de que todos los seres humanos tienen libre albedrío para decidir lo que quieran, de acuerdo con su conciencia y creencias.
Honduras vive un momento de división y confrontación que requiere la intercesión de la iglesia y la unidad de los cristianos para poder superar esta crisis. Esta caminata que ha sido programada por los líderes cristianos de Honduras representa eso: un llamado a la unidad, al respeto por la democracia, sin alineamiento político y respetando la conciencia de las personas a la hora de ejercer el voto a fines de noviembre.