
El retroceso democrático en Honduras se ha convertido en una de las principales amenazas al Estado de derecho y a la vigencia de las libertades fundamentales. Cuando los contrapesos institucionales se debilitan, el poder se concentra y los derechos ciudadanos se subordinan a intereses políticos o ideológicos, se genera un terreno fértil para la arbitrariedad, la impunidad y la violencia. En este contexto, el sistema de protección de derechos humanos, tanto nacional como internacional, está llamado a jugar un papel activo, firme y transformador.
En primer lugar, el sistema debe mantener su independencia frente a los poderes políticos. En situaciones de retroceso democrático, los gobiernos suelen intentar cooptar instituciones que deberían ser garantes de la legalidad. Los comisionados nacionales de derechos humanos, las fiscalías especializadas, los mecanismos de protección de periodistas y defensores, así como las organizaciones de la sociedad civil, tienen la obligación de mantener su autonomía para no convertirse en meros legitimadores de decisiones contrarias a la democracia. La independencia no es un lujo, es una condición esencial para la credibilidad.
En segundo lugar, el sistema debe actuar con celeridad y firmeza en la denuncia pública. Frente a violaciones sistemáticas, la tibieza se convierte en complicidad. Los organismos de protección no pueden esperar a que las situaciones se agraven para pronunciarse; deben documentar, visibilizar y advertir de inmediato sobre cualquier intento de restringir libertades fundamentales, como la libertad de prensa, de reunión o de participación política. La prevención es tan importante como la sanción.
Asimismo, el sistema de protección tiene el deber de proteger a quienes denuncian los abusos. En Honduras, los defensores de derechos humanos, periodistas y líderes comunitarios suelen ser los primeros en sufrir hostigamientos, amenazas o criminalización cuando la democracia se debilita. De nada sirve emitir recomendaciones si las personas que alzan su voz quedan expuestas al riesgo de perder la vida. Se requieren protocolos de protección efectivos, medidas cautelares y el acompañamiento internacional para disuadir a los actores estatales y no estatales que buscan silenciarlos.
Otro aspecto crucial es la articulación entre el sistema nacional y el sistema interamericano de derechos humanos. El retroceso democrático no puede enfrentarse únicamente desde lo local, ya que muchas veces las instituciones internas se encuentran debilitadas o subordinadas. La Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos son instancias claves para elevar la voz de las víctimas, emitir medidas urgentes y obligar a los Estados a cumplir estándares internacionales. El sistema nacional debe ser puente y no obstáculo en este proceso.
Además, el sistema debe contribuir a generar espacios de diálogo social inclusivo. El retroceso democrático suele fracturar a la sociedad, polarizar el debate y alimentar el odio político. Ante ello, el sistema de protección no puede limitarse a la reacción; también debe promover la construcción de consensos básicos que fortalezcan la convivencia democrática. Escuchar a víctimas, comunidades y sectores excluidos es fundamental para que las soluciones sean legítimas y sostenibles.
Un desafío adicional es la rendición de cuentas del propio sistema. Los organismos de derechos humanos no están exentos de críticas, y en contextos de crisis su actuación puede ser cuestionada por la ciudadanía. Por ello, deben transparentar su gestión, mostrar resultados concretos y rendir cuentas sobre el uso de recursos y la eficacia de sus acciones. La confianza de la población se gana con hechos verificables y no únicamente con discursos.
Finalmente, el sistema de protección de derechos humanos debe recordar que su misión va más allá de los gobiernos de turno. La democracia no es un favor que se concede ni un privilegio que depende de la voluntad política: es un derecho humano irrenunciable de la sociedad. Ante el retroceso democrático en Honduras, callar sería traicionar ese mandato. Actuar con firmeza, independencia y responsabilidad es la única manera de honrarlo.