OPINIÓN

Los acompañantes de ocasión

​A veces, en política, las historias más reveladoras no se cuentan en conferencias ni en informes estratégicos, sino en los pasillos. Allí, donde uno escucha murmullos que dicen más que cualquier discurso. Y fue en uno de esos pasillos, (que siempre parecen más largos cuando hay tensión); donde recordé un viejo cuento que me acompaña desde mis primeros años como consultor.

​Había un hombre, (llamémosle “el protagonista”); que tenía en sus manos una oportunidad única. La vida le había puesto frente a un momento decisivo: avanzar, consolidar, trascender. Pero, alrededor de él, como suele pasarle a quienes empiezan a besar la puerta del poder, aparecieron los satélites. Esos personajes que giran cerca, no porque crean en un proyecto, sino porque quieren verse reflejados en la luz ajena.

​Sonríen, opinan, aconsejan… y sobre todo, exigen. Sin tener méritos, se comportan como si fueran imprescindibles.

​En el cuento, estos satélites hablaban más fuerte que el protagonista. Opinaban sin pausa, se atribuían lugares que nadie les había dado, y repetían la vieja costumbre de quienes buscan importancia a la fuerza: empujar al que realmente importa para ganar centímetros que nunca serán metros.

​El protagonista, en vez de poner orden, los dejó avanzar. Quizá por cansancio, quizá por no incomodar, quizá por creer que la lealtad se mide en decibeles y no en resultados. Entonces ocurrió lo inevitable: dejó que esos acompañantes de ocasión le marcaran el camino.

​Y cuando alguien abandona su propio rumbo para seguir la agenda de quienes solo buscan figurar, las oportunidades empiezan a evaporarse. A veces sin ruido. A veces de golpe.

​En la historia, el protagonista no perdió por falta de talento ni por falta de visión; perdió porque se rodeó de quienes lo hicieron creer que ellos eran necesarios cuando, en realidad, eran reemplazables. Y porque no supo ver que el poder prestado es un espejismo que dura lo que dura la sombra de quien verdaderamente lo posee.

​Con los años, he visto ese cuento repetirse en diferentes países, con diferentes nombres, en distintos gobiernos y oposiciones. Cambian los rostros, cambian los cargos, cambian los colores de los afiches… pero los satélites del poder siempre terminan haciendo lo mismo: exageran su propio peso hasta que hunden a quien debería flotar.

​La moraleja nunca falla: cuando uno permite que los acompañantes de ocasión se impongan, termina entregándoles lo que jamás debieron tener en sus manos. La oportunidad. El rumbo. Y, a veces, el futuro.

​Por eso siempre lo digo; no para sonar solemne, sino para quien quiera escucharlo: en política, más peligrosa que la oposición es la compañía equivocada. Porque la oposición se enfrenta; la compañía equivocada se infiltra.

​Y al final del cuento, cuando el protagonista mira hacia atrás y ve todo lo que pudo haber sido, comprende demasiado tarde que los satélites nunca orbitan por lealtad. Orbitan por conveniencia. Y cuando la luz se apaga, se van sin despedirse.

​Solo algunos pensamientos, de alguien que no sabe muchas cosas…. Solo las suficientes para entender que la soberbia es una daga, que suele cortarle la mano a quien la porta sin conocimientos.

​Y aunque estoy claro en que La Juventud es una «enfermedad» que se cura con «El Tiempo»; también sé que hay dos cosas infinitas: La Estupidez y El Universo.

​Que Dios Bendiga a Honduras y a su Gente!!!

​Lic; Juan Carlos Jara

​Consultor Político Internacional

​JC – 04/12/25

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