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¡Murió el futbol de cobardía!

César Indiano

Miro futbol desde que era un niño, así que me acostumbré desde temprana edad, a sentarse frente a una pantalla de TV para relajar mi mente apreciando un espectáculo de entretenimiento inofensivo, y, también, para buscar actos de valentía y heroísmo al menos en el deporte, porque cuando llegué a los 35 años (más o menos), llegué a la conclusión de que no conocería actos de valentía o de heroísmo, en el mundo de la política, en la vida laboral o en el territorio profesional.

Como un hombre no puede existir sin otro que lo inspire, entonces, antiguamente yo solía salir de ciertos atolladeros anímicos, inspirándome en la firmeza mental de los atletas. Del futbol – cuando estaba basado en la valentía del deportista, en la perseverancia del jugador y en la tenacidad del competidor – yo sacaba fuerzas, más de una vez, yo saqué coraje para salir de un apuro económico, o me armé de valor para salir de un aprieto cuando ya tenía la soga al cuello, o, simplemente, puse buena actitud ante aquellos años terribles, cuando pensaba que todo en mi vida estaba perdido. Yo tenía mis ídolos secretos que me daban arrojo… Y los admiraba en silencio.

Cuando no encontraba inspiración en los libros o cuando las personas de mi entorno no me parecían admirables, muchas veces eché mano de los ejemplos de un atleta o de un jugador de balompié, para salir adelante. Fueron tiempos hermosos que quizá nunca volverán, porque los deportes – y especialmente el futbol – se ha ido transformando en un grotesco espectáculo de cobardía, insolencia y desvergüenza. Eso fue lo que sentí anoche, después de presenciar del horroroso espectáculo mostrado por “Colombia – Brasil” en la Copa América. No sólo es el hecho, ya de por sí nefasto, de la asquerosa proliferación de loterías que ha convertido el balompié en una tómbola de resultados para millones de holgazanes, que, ahora, se dedican a pronosticar resultados. Son cosas mucho más horrendas que esas.

Desprovisto de honor, de sentido, de utilidad práctica para la vida de los públicos, el balompié se ha vuelto una estampida de mañosos que salen corriendo a activar las trampas, ardides, trucos y amaños, para que millones de sinvergüenzas los aplaudan en vivo y a todo color. Todos rugen ante la mediocridad en HD y ante la indecencia en 4K: aficionados, dirigentes, barras, periodistas, fanáticos y patrocinadores, todos están de acuerdo en que el deporte carece de importancia y en que el juego es irrelevante.

Todos se pusieron de acuerdo para matar el deporte más bello del mundo. Ahora sólo les interesa una sola cosa: ganar. No quieren vencer ni conquistar, ni aprender ni mejorar, ni esperar ni optimizar. Ciegamente, lo único que desean ¡es ganar! ¡ganar dinero! ¡ganar contratos! ¡ganar audiencia! ¡ganar loterías! ¡ganar fama! ¡ganar gulas! ¡ganar burlas! ¡ganar likes! ¡ganar premios! ¡ganar la apuesta! ¡monetizar!

Y como es el único propósito válido en el corazón de un cafre, entonces ya no hay valentía ni honor, ya nadie admite que pierde y que debe mejorar para la próxima vez. En el ciego propósito de ¡ganar, ganar! todo se vale. Todo está permitido. Ya nadie se sonroja de ser un sinvergüenza. Y voy a cerrar mi artículo con cinco evidencias indiscutibles de cómo el futbol dejó de ser una Lección de Honor Deportiva para convertirse en un Juego de Gallinas Chillonas y de qué manera, el balompié, perdió su esencia de Espectáculo de Competidores, para transformarse en un Indecente Arreglo de Tahúres.

Número 1, la treta de perder el tiempo fingiendo faltas cuando se tiene el marcador a favor, número 2, la maña de demorar el retorno en los saques de banda y en los saques de puerta, número 3, la manía de tirarse al piso al mínimo roce del defensor y acompañar la caída con gritos y alaridos mujeriles mientras los otros diez cobardes le dicen al oído, no te levantes, número 4, cuestionar todo lo que el árbitro decide, formando falsas discusiones que pueden demorar hasta tres minutos, número 5, fingir que siguen compitiendo cuando ya se han conformado con el resultado mediocre que los beneficia. Aunque el precio del boleto hoy cuesta un ojo de la cara en cualquier estadio del mundo, el tiempo neto jugado oscila entre los 30 y 33 minutos, el resto del reloj se consume en teatro, caídas, reclamos, demoras, griterías, cambios, distracciones y revisiones del VAR. Caballeros, el futbol se volvió una porquería mundial: una estafa para perros.

Durante años creí que éstas eran actitudes propias de naciones latinas, incompetentes, mañosas y mediocres, pero me he tomado el tiempo para observar un par de partidos de la Eurocopa y hasta allá han llegado las tretas canallas del futbol sinvergüenza. Vi un partido en la EURO donde, de los 9 minutos agregados por el árbitro, únicamente se jugaron dos, los otros siete se esfumaron en discusiones, balones desaparecidos, cambios para consumir tiempo y payasadas del portero.

Durante años creí, ilusamente, que la cobardía, la política y la deshonestidad comercial, no se atreverían a saltar los muros de los estadios para arruinar el único espacio que le quedaba a la decencia humana. Creí, que los atletas, los competidores, los jugadores y los deportistas, serían los últimos Campeones Admirables de un mundo que ya no tiene ni héroes, ni ejemplos. Poquitas cosas le quedaban a este planeta que no eran propiedad de los sinvergüenzas; para mí ya no queda nada. Ya no queda nada que se le pueda enseñar a ningún niño.

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