
DICULPEN MI CASTELLANO
Gabriela Castellanos
Manual del caos
Honduras camina dando palos de ciego hacia el 30 de noviembre. El Congreso juega a la ruleta rusa con decretos «quiméricos», el Consejo Nacional Electoral (CNE) se devora a sí mismo a dentelladas de boicot interno, y el Tribunal de Justicia Electoral (TJE) hace equilibrio en la cuerda floja mientras abajo hierven los partidos. Nada es azar: es la estructura de la vieja ingeniería del caos para que el poder se mantenga en el poder. En el CNE, todos los días aparecen nuevas obstrucciones desde adentro, amenazas y maniobras que ponen en riesgo el proceso. El oficialismo y sus conserjes todo lo quieren controlar con una USB. Por eso los militares —que por Constitución custodian logística y seguridad del material electoral— ahora quieren algo más: acceso a copias de actas de cierre para montar su propio conteo en un “centro de operaciones”. Es un salto cualitativo: de custodios a contadores. Quien cuenta, narra; y quien narra primero, fabrica “realidad” y declarar ganador a su líder al mediodía. El sentido común democrático es simple: el voto es civil, el escrutinio es civil, la administración es civil. Las botas no deben tocar las actas. Pero el asedio no termina en la urna. El oído del Estado —y de quienes lo ejecutan— afila sus antenas. En un país que arrastra una “ley especial” de intervención telefónica bajo control judicial, florecen compras de equipo espía y tentaciones para atajos sin juez: el espionaje contra opositores deja de ser rumor cuando los expedientes de compras, reportajes y filtraciones dibujan el contorno del monstruo. Intervenir sin orden es delito; hacerlo en clave política es crimen contra la democracia. Este es el mecanismo: cuando la lucha por las urnas se vuelve descarnada, la superestructura del aparato mueve los hilos. Por eso, cada “error” del sistema de transmisión, cada “falla” en el TREP, cada citatorio oportuno contra consejeros incómodos, es una partitura ensayada para que la duda sea política de Estado. No es torpeza: es estrategia de desgaste para que la resignación legitime la farsa. Se presagia, hay que decirlo con brutal franqueza, una jornada donde la hora de la verdad quede en jaque antes del cierre de urnas: militares rondando el relato, consejeros en guerra intestina, operadores pidiendo “calma” a la calle mientras empujan el precipicio en los pasillos. Y en medio, la ciudadanía, esa masa agitada a la que se le pide paciencia contable, confianza ciega y fe en sistemas que ya mostraron grietas en las primarias por desorden y mala logística. La democracia al estilo Honduras, se volverá a repetir. ¿Qué hacer? Exigir luz a gritos. Que el CNE publique protocolos de custodia, digitación y auditoría en tiempo real; que el TJE garantice recursos expeditos y observables; que la observación nacional e internacional sea masiva, móvil y estricta; que el Ejército recuerde que su papel es proteger el traslado, no tocar el cómputo; que cada acta fotografiada por la ciudadanía circule como antídoto contra la mentira. La democracia señoras y señores, no es metáfora: es lo único que debemos salvar en este incendio. Porque si al mediodía alguien pretende coronarse ganador con la coartada del “orden”, que sepan que el orden democrático es exactamente lo contrario: que la civilidad cuente, que la legalidad pese, que la verdad tarde, pero llegue intacta a la noche. La alternancia no es un milagro: es una contabilidad pública. Y la paz no es silencio: es ruido ciudadano verificable. Honduras merece algo más que una ceremonia de gala y actas secuestradas. Merece que su voto sea del tamaño de su hambre de justicia. Que nadie robe el día con la excusa de salvar la noche. Que las urnas, regresen a casa escoltadas por la ley, no por el miedo. Y que, cuando se pronuncie la palabra “ganador”, no suene a cuartel ni a sótano: suene, por fin, a pueblo.



